viernes, septiembre 29, 2006

Reconstruyendo la mila



Es una verdad culinaria conocida por todos que la milanesa es una de las comidas de más sencilla preparación. Pues bien, no para todas las personas. Todo un hallazgo: ayer por la tarde encontré en mi mente pensamientos que giraban en torno a la cocina; recordé olores y momentos de mi infancia que me contaban historias de milanesas y cebollita de verdeo. Como algunos sucesos insospechados que acontecen en mi vida, me vi envuelta en deseos irrefrenables de concretar un –siempre- malogrado objetivo: preparar milanesas (con puré de papas).
Había en el aire una sensación de gourmet. Un compañero de trabajo me dio el empujón final: “es fácil”. Con esas palabras de aliento me sentí segura como para emprender la odisea. Camino a casa elaboré una lista de potenciales ingredientes para milanesas. Anoté: pan rallado, huevo, sal, perejil y cebolla de verdeo (curiosamente, este último componente que me resultaba tan familiar, fue victima de varias caras de asombro cuando comenté que le había puesto esta tipo de cebolla; para mí, era seguro que iba). La carne, elemental. Nunca sé cuál corte de carne va con qué comida, y vuelvo locos a los carniceros con mi actitud indecisa frente a los escaparates. Pero esta vez se salvó el viejito de la vuelta, porque ya tenía lista en el freezer, gracias a la generosidad de mi papá que hizo las “compras del mes” en su paso por la city. Entonces, envalentonada a más no poder, cuando llegué a casa retiré la carne para descongelarla. Eran las 7 y media de la tarde y mi alma se debatía entre mi nuevo llamado divino por la cocina y el inminente veredicto en el juicio a Etchecolatz. TN obtuvo unos minutos de mi tiempo pero mi Pepe Grillo interno me repetía: “no hagas lo de siempre. Terminá algo de una vez por todas”. En Mitre escuché que según un estudio de una universidad de no sé donde, de cada 25 personas, 1 escucha voces y eso afecta positivamente en sus vidas. En fin, me dirigí al supermercado oriental de turno y me hice de las cosas mencionadas. Agregué a último momento una manteca para el puré. Y un bocadito Cabsha.
Ya de regreso en mi laboratorio gastronómico, me di cuenta que el libro que pensaba consultar no traía recetas para milanesas. ¿Por qué se llama “Recetas básicas” entonces? Decepcionada, pensé en escribir una queja a la editorial pero rápidamente noté que se trataba de una edición más bien antigua y eso me aclaró el panorama. Me daba mucha vergüenza preguntar cómo preparar una milanesa por el msn a mis contactos. Aquí llegué a otra encrucijada: seguir sola o esperar a mi hermana. Etchecolatz sentenciado a perpetua. Algo debe indicar. Tomé una decisión, algo extraño en mí por estos días, y opté por arriesgarme y ganar. O al menos eso había escuchado. En plena preparación, no sabía si poner 1, 2 o 3 huevos. Opté por 2. Piqué perejil (tampoco sabía si iban solo las simpáticas hojitas o también el cabito) y cebolla de verdeo (mismo problema existencial: ¿qué parte va?) y lo uní al huevo. Salpimenté y metí la carne en el bowl. Me parecía recordar que existía un adminículo para golpetear la carne y ablandarla, pero no lo encontré ni siquiera en mis pensamientos. Luego lo que ya deben saber: prendí el horno, esperé un rato mientras se calentaba y me dediqué al pan rallado y eso. Estuve mucho tiempo intentando una uniformidad en mi preparado, porque cuando llegó mi hermana estaban dando Montecristo y siempre es tarde. Pero el cansancio no iba a opacar mi alegría al momento de servir el producto de mi incursión en el universo de las comidas: feliz, me senté a degustar " mis hijitas", como las llamé, e instantáneamente me sentí mal con la calificación, con lo cual me desplacé mentalmente hacia nuevos y oscuros rumbos, solo olvidados por el aroma a milanesa. La sentencia final la dio mi hermana: estaban buenísimas. Me faltó un huevo más a su criterio y un poco de sal, pero lo mismo me felicitó. Mi cara lo decía todo: me habían puesto 10 en un área hasta entonces inexplorada por mí. Brindis de campeones a mi salud. End of story. Ah…sí, me olvidaba: el puré lo preparó ella.