miércoles, agosto 25, 2010

Murió Fogwill

(Extraído de una cadena de mails de la Facultad de Ciencias Sociales -UBA- que circuló el lunes 23 de Agosto de 2010. Vale la pena reproducirlo!)

Murió Fogwill. A los 69. La cifra le calza bien. Tenía los pulmones destrozados. Estudió la carrera más interesante de la década del 60: sociología. Entonces valía la pena estudiar en la universidad, porque no había "carreras" sino volcanes en ebullición. Escribió novelas, poemas, cuentos y ensayos. Estaba loco. Muy loco. Loco de verdad. Fundó empresas de investigación de mercado: ninguna duró más de seis meses. Fue publicista: creó la frase "el sabor del encuentro". Decía que era una frase para infradotados mentales, pero le dio mucha plata. Trataba a sus clientes con indisimulado desprecio. Protagonizó algunas pequeñas estafas. Como un personaje arltiano, soñó con dar un golpe maestro, definitivo, pero nunca logró hacerlo: quería salvarse y dedicarse a escribir. Fue editor de libros de poesía. Sabía leer: admiraba a los hermanos Lamborghini. Daba clases que daban miedo. En el 66, con la llegada de Onganía, fue cesanteado de la universidad, como cientos de profesores. El telegrama que recibió hacía alusión a sus simpatías "comunistas". Enfurecido, Fogwill respondió a los interventores militares con otro telegrama que decía: "¡Exijo que se corrija el edicto, no soy comunista, soy trotskista!". Además de burlarse llamando "edicto" a un telegrama de despido, llevaba los entuertos de una interna ininteligible a las puertas de los hombres de los bastones largos. Nadie le contestó. Construyó artefactos explosivos. Vivía silbando melodías. Cuando hablaba, se interrumpía a sí mismo tarareando algún tango. Lo cautivaba la forma de cantar de Liliana Herrero. Armó botiquines de campaña para una guerrilla rural. Practicó el arte de la diatriba, la injuria y el vituperio con la destreza de un esgrimista consumado. Lo atraían los fierros en todas sus acepciones: armas, autos y pesas. Le gustaban las mujeres de menos de 30 y los Torinos. Odiaba profundamente a la academia: solía llamar "cotolengo" a la carrera de Letras. Tenía una prosa inimitable y una agudeza lacerante. En estos últimos años se había obsesionado con una chica que escribía en un blog una serie titulada "Las chicas de Puán se masturban así". No sé si llegó a saberlo, pero la chica no era una chica sino un chico que firmaba con nombre de mujer. Fogwill le escribía a su casilla y éste le contestaba, pero nunca se encontraron. Leí por primera vez una novela suya a los 15 años. El libro estaba en mi casa. Se llamaba -se llama- Los Pichiciegos. Lo escribió en 7 días. La primera versión fue la última. La escritura le insumió 200 páginas y 21 gramos de cocaína. Trataba -trata- sobre la guerra de Malvinas. Publicó la novela antes de que el ejército argentino se rindiera. "Si te animás a exponerte a que te escupan en la cara, te paso el teléfono para que le hagas una entrevista", me dijo Christian Ferrer cuando yo tenía 24 años. Me pareció que exageraba. Lo entrevisté. Grabé la conversación en dos microcasettes tdk. Hablamos unas cuatro horas y después me llevó en su auto -creo que era un Taunus- a charlar con travestis. Le dije que se dejara de joder. Me dijo que como sociólogo yo era un pelotudo. No me escupió. Pero esa noche no pegué un ojo. Va esta pequeña reseña a modo de homenaje.

JFM

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