Encontré el local donde lo habían comprado y entré segura. Le expliqué a la única vendedora del lugar cuál era el motivo de mi presencia y amablemente me indicó que fuera mirando por qué otra cosa quería cambiar mi bolsito mientras ella averiguaba cuánto costaba, porque, según me dijo, no tenía idea. Hete aquí que, después de que estuve media hora mirando (y nada me convencía mucho) me dice: "perdón, pero me dicen que solamente lo podés cambiar por otro bolsito similar o un accesorio" (!) Empiezo entonces a resignarme a llevar esa remera medio rockera que me gustó y me dirijo al sector "bolsitos y accesorios". Mientras me avisa que el regalo costó XX pesos, observo que TODOS los "bolsitos" cuestan más de XX, es más, el doble de XX. Mi panorama comienza a ser desolador. La chica, muy simpática, me dice que mire los "colgantitos" y las "pulseritas". Yo le indico amablemente que no estoy interesada en accesorios. "Ah", me dice, "puede ser un perfumito también". Puaj, vómito de diminutivos.
Finalmente encuentro un bolso que cuesta XX + XX5 y me decido, de mala gana, a llevarlo. Era el que más se adecuaba a mi estilo (si es que tengo uno). "¿Puedo pagarte la diferencia con tarjeta?" le digo. "Sí, claro". Pasa mi tarjeta: saldo insuficiente. "¡Mierda, carajo! me olvidé de pagar la tarjeta (el mínimo, obvio)". "A ver, pasá esta que no falla, es la de mi viejo". En fin. Pasa. Firmo. Sonrío y me voy.
Mientras vuelvo a casa me doy cuenta que acabo de gastar más del doble de lo que tenia pensado; que le usé la tarjeta a mi viejo sin permiso y eso es bardo asegurado; que gasté bastante guita en un bolso cuando tengo 20 pe en mi billetera, pero que tuve que comprarlo porque otra no me quedaba!
Detesto la tiranía del cambio de regalo.