viernes, agosto 04, 2006

Exposición

El humo del cigarro dibujaba un espiral blanco contra la ventana. Miré el reloj de la pared contigua y me alarmé: se acercaba la hora. Ni un minuto más, ni un minuto menos; este asunto no podía esperar. Me lo habían encomendado personalmente. Me pregunté si mi amigo se habría retrasado… ¿era posible que algo le hubiera sucedido? Siempre se preocupa por ser puntual. Pasaron los minutos y nada ocurría. Podía escuchar los latidos de mi corazón, que iban más rápido que el conteo de mi reloj. Comencé a inquietarme, esta vez de manera evidente, acompañando mi nerviosismo con un movimiento incesante de mis pies contra el suelo. De repente, en medio de la angustiante espera, alcancé a divisar una luz que provenía de la ventana del edificio de enfrente, una luz titilante que simulaba algún tipo de señal. Avezado por la rutina, decidí encaminarme hacia esa seña que sospechaba un código entre pares. Conté los pisos y memoricé la ubicación del departamento. Afortunadamente para mí, eran pocas escaleras (el ascensor no era una buena opción cuando la situación parecía sospechosa). “Por esta vía se pasa desapercibido”, pensé.
Al llegar, esperé un tiempo prudencial junto a la puerta, oyendo los posibles indicios de alguna trampa. Cuando hubieron pasado algunos minutos más, y con el terreno de mis dudas despejado, me decidí a golpear suavemente. La puerta se abrió, revelando la asustada cara de mi colega que inmediatamente se llevó el índice a la boca y me dijo “rápido, me siguieron hasta acá”. Sumido en una paranoia interminable, me dediqué a escucharlo mientras me relataba los hechos: “fue todo tan rápido…no tuve tiempo de avisarte. Me llevaron hasta un rincón y me obligaron a revelarles información. No sé cómo aguanté, me tenían amenazado”, explicaba impaciente. “les di una pista falsa, de un hotel alojamiento donde también exponen artistas, y se lo tragaron confiados. Supongo que en este momento dos de “los tipos” que me tenían por los brazos deben estar ahí. Los otros dos que miraban desde lejos me siguieron hasta aquí. Por eso entré a este departamento que ya había usado en otra oportunidad. No quería guiarlos hasta vos”. “Hiciste bien”, asentí, “pero hay algo que necesito saber… ¿qué pasó con la obra?”. Transpirando, con los nervios destrozados, esperaba conocer el destino final de aquél cuadro que debía estar en mis manos para esa hora. Me explicó que había logrado escabullirse en la muestra, haciéndose pasar por un organizador de la misma, y había removido la pieza de la sala, al mismo tiempo que colocaba en la entrada una cinta de clausura, con faja roja y blanca incluida. Luego, se había llevado el cuadro con él, a un lugar seguro. Un rato más tarde, “los tipos” lo habían agarrado. “Buen trabajo”, le dije. “ahora queda esperar que las autoridades den explicaciones por la censura de la obra. El objetivo está cumplido”. Más tranquilo, le expliqué cómo saldríamos de ese sitio sin ser vistos. Mientras bajamos por las escaleras de emergencia, me animé a preguntarle: “¿cuál es el lugar del escondite? Debe ser muy bueno para que "los tipos” no lo encuentren”. “Efectivamente – me aseguró- el escondite es soberbio, improvisado pero eficaz. Ya te lo revelaré a su debido tiempo. Por ahora, el secreto está a salvo. El mensaje jamás será revelado”.