viernes, mayo 26, 2006

Un Comunicador Social ...

Un Comunicador Social no está entre una cosa u otra, ESTA EN UNA
DICOTOMÍA.
Un Comunicador Social no mira televisión, CONSUME INDUSTRIA CULTURAL.
Un Comunicador Social no decide algo por descarte, DECIDE POR
DESCARTES.
Un Comunicador Social no tiene amigos con plata, TIENE AMIGOS
BURGUESES.
Un Comunicador Social no está en silencio, MANTIENE EL SONIDO EN 0 DB.
Un Comunicador Social no habla, EMITE UN MENSAJE.
Un Comunicador Social no escucha, DECODIFICA.
Un Comunicador Social no lee, INTERPRETA UN DISCURSO.
Un Comunicador Social no piensa, MOVILIZA LA CONCIENCIA.
Un Comunicador Social no lee textos, DISCUTE CON AUTORES.
Un Comunicador Social no conversa, INTERACTUA.
Un Comunicador Social no trabaja en una radio, TRABAJA EN UN AIRE.
Un Comunicador Social no pregunta algo, CUESTIONA UNA CUESTION.
Un Comunicador Social no compra cosas, ALIMENTA EL CAPITALISMO.
Un Comunicador Social no dice una cosa y después lo contrario, HABLA EN
TERMINOS DIALECTICOS.
Un Comunicador Social no se pregunta por el presente, SINO POR LAS
CONDICIONES REALES DE EXISTENCIA.
Un Comunicador Social no " chapa", TRANSGREDE LAS FRONTERAS CORPORALES.
En conclusión, un Comunicador Social es: mate, pucho, porrón y
revolución.
(No somos diferentes, solo usamos un léxico contra-hegemónico)
Pd:
Si te sentás a hablar con tus amigos (contadores y abogados) y nadie te
entiende,
Si tu viejo pone a Hadad o a Chiche y te levantás y te vas,
Si cuando alguien te dice "demanda" y vos al toque se te ocurre la
palabra
"solvente",
Si tenés tres diarios distintos en la mesa y agarrás Pagina /12,
No hay duda, manifestá eso que llevás latente: sos estudiante de
Comunicación Social

La carta de La Maga a Rocamadour

Bebé Rocamadour, bebé, mon bebé. Rocamadour :

Rocamadour, ya sé que es como un espejo. Estás durmiendo o mirándote los pies. Yo aquí sostengo un espejo y creo que sos vos. Pero no lo creo, te escribo porque no sabes leer. Si supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes. Alguna vez tendré que escribirte que te portes bien o que te abrigues. Parece increíble que alguna vez, Rocamadour. Ahora solamente te escribo en el espejo, de vez en cuando tengo que secarme el dedo porque se moja de lágrimas. ¿Por qué, Rocamadour? No estoy triste, tu mamá es una pavota, se me fue al fuego el borsch que había hecho para Horacio; vos sabés quién es Horacio, Rocamadour, el señor que el domingo te llevó el conejito de terciopelo y que se aburría mucho porque vos y yo nos estábamos diciendo tantas cosas y él quería volver a París; entonces te pusiste a llorar y él te mostró como el conejito movía las orejas; en ese momento estaba hermoso, quiero decir Horacio, algún día comprenderás, Rocamadour.Rocamadour, es idiota llorar así porque el borsch se ha ido al fuego. La pieza está llena de remolacha, Rocamadour, te divertirías si vieras los pedazos de remolacha y la crema, todo tirado por el suelo. Menos mal que cuando venga Horacio ya habré limpiado, pero primero tenía que escribirte, llorar así es tonto, las cacerolas se ponen blandas, se ven como halos en los vidrios de la ventana, y ya no se oye cantar a la chica del piso de arriba que canta todo el día Les amants du Havre. Cuando estemos juntos te lo contaré, verás. Puisque la terre est ronde, mon amour t'en fais pas, mon amour, t'en fais pas...Horacio la silba de noche cuando escribe o dibuja. A ti te gustaría, Rocamadour. A vos te gustaría, Horacio se pone furioso porque me gusta hablar de tú como Perico, pero en el Uruguay es distinto. Perico es el señor que no te llevó nada el otro día pero que hablaba tanto de los niños y la alimentación. Sabe muchas cosas, un día le tendrás mucho respeto, Rocamadour, y serás un tonto si le tienes respeto. Si le tenés, si le tenés respeto, Rocamadour.Rocamadour, madame Irène no está contenta de que seas tan lindo, tan alegre, tan llorón y gritón y meón. Ella dice que todo está muy bien y que eres un niño encantador, pero mientras habla esconde las manos en los bolsillos del delantal como hacen algunos animales malignos, Rocamadour, y eso me da miedo. Cuando se lo dije a Horacio, se reía mucho, pero no se da cuenta de que yo lo siento, y que aunque no haya ningún animal maligno que esconde las manos, yo siento, no sé lo que siento, no lo puedo explicar. Rocamadour, si en tus ojitos pudiera leer lo que te ha pasado en esos quince días, momento por momento. Me parece que voy a buscar otra nourrice aunque Horacio se ponga furioso y diga, pero a ti no te interesa lo que él dice de mí. Otra nourrice que hable menos, no importa si dice que eres malo o que lloras de noche o que no quieres comer, no importa si cuando me lo dice yo siento que no es maligna, que me está diciendo algo que no puede dañarte. Todo es tan raro, Rocamadour, por ejemplo me gusta decir tu nombre y escribirlo, cada vez me parece que te toco la punta de la nariz y que te reís, en cambio madame Irène no te llama nunca por tu nombre, dice l'enfant, fíjate, ni siquiera dice le gosse, dice l'enfant, es como si se pusiera guantes de goma para hablar, a lo mejor los tiene puestos y por eso mete las manos en los bolsillos y dice que sos tan bueno y tan bonito.Hay una cosa que se llama tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda. No te puedo explicar porque eres tan chico, pero quiero decir que Horacio llegará en seguida. ¿ Le dejo leer mi carta para que él también te diga alguna cosa ? No, yo tampoco querría que nadie leyera una carta que es solamente para mí. Un gran secreto entre los dos, Rocamadour. Ya no lloro más, estoy contenta, pero es tan difícil entender las cosas, necesito tanto tiempo para entender un poco eso que Horacio y los otros entienden en seguida, pero ellos que todo lo entienden tan bien no te pueden entender a ti y a mí, no entienden que yo no puedo tenerte conmigo, darte de comer y cambiarte los pañales, hacerte dormir o jugar, no entienden y en realidad no les importa, y a mí que tanto me importa solamente sé que no te puedo tener conmigo, que es malo para los dos, que tengo que estar sola con Horacio, vivir con Horacio, quién sabe hasta cuándo ayudándolo a buscar lo que él busca y que también buscarás, Rocamadour, porque serás un hombre y también buscarás como un gran tonto.
Es así, Rocamadour: En París somos como hongos crecemos en los pasamanos de las escaleras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como Perico y Ronald y Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah, no puedes saber todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor, parados, acostados, de rodillas, con las manos, con las bocas, llorando o cantando, y afuera hay de todo, las ventanas dan al aire y eso empieza con un gorrión o una gotera, llueve muchísimo aquí, Rocamadour, mucho más que en el campo, y las cosas se herrumbran, las canaletas, las patas de las palomas, los alambres con que Horacio fabrica esculturas. Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan poco, un buen abrigo, unos zapatos en lo que no entre el agua, somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado, debajo hay pelusas y libros, Horacio se duerme y el libro va a parar abajo de la cama, hay peleas terribles porque los libros no aparecen y Horacio cree que se los ha robado Ossip, hasta que un día aparecen y nos reímos, y casi no hay sitio para poner nada, ni siquiera otro par de zapatos, Rocamadour, para poner una palangana en el suelo hay que sacar el tocadiscos, pero donde ponerlo si la mesa está llena de libros. Yo no te podría tener aquí, aunque seas tan pequeño no cabrías en ninguna parte, te golpearías contra las paredes. Cuando pienso en eso me pongo a llorar, Horacio no entiende, cree que soy mala, que hago mal en no traerte, aunque sé que no te aguantaría mucho tiempo. Nadie se aguanta aquí mucho tiempo, ni siquiera tú y yo, hay que vivir combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena pero duele, Rocamadour, y es sucio y amargo, a ti no te gustaría, tú que ves a veces los corderitos en el campo, o que oyes los pájaros parados en la veleta de la casa. Horacio me trata de sentimental, me trata de materialista, me trata de todo porque no te traigo o porque quiero traerte, porque renuncio, porque quiero ir a verte, porque de golpe comprendo que no puedo ir, porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer. No me da la gana de ir, Rocamadour, y tú sabes que está bien y no estás triste. Horacio tiene razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo agradecerás un día cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo fuera como soy. Pero lloro lo mismo, Rocamadour, me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy enferma o un poco idiota, no mucho, un poco pero eso es terrible, la sola idea me da cólicos, tengo completamente metidos para adentro los dedos de los pies, voy a reventar los zapatos si no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...
Julio Cortazar, Rayuela.

jueves, mayo 11, 2006

Miniturismo: Colón


(Publicado en Revista Planetario, la guía  de los chicos)



Verde que te quiero verde

Islas con playas de arenas blancas y aguas cristalinas. Un terreno con ondulaciones suaves que propician largas caminatas a orillas del Río Uruguay, contemplando la belleza que regala su paisaje. Centro turístico del litoral entrerriano por excelencia, con los deportes náuticos y actividades de pesca a la cabeza, Colón es una alternativa muy atractiva para un descanso familiar a pura diversión.


Kayak, remo, windsurf, esquí acuático, paseos en velero por el río y por las islas; acampar en el Parque Nacional El Palmar, a viva naturaleza, realizando avistajes de aves multicolores y los más exóticos animales; safaris cargados de adrenalina en 4 x 4 a todo terreno. Todas estas actividades son las que se pueden hacer en Colón, la capital turística de Entre Ríos. Ubicada a 320 km. de Buenos Aires, y luego de cruzar el puente Zárate - Brazo Largo, se llega a esta ciudad que mantiene su estatus de destino turístico desde su fundación, allá lejos y hace tiempo, cuando el mismísimo Gral. Justo J. De Urquiza le diera origen mientras declaraba que ubicaba a la villa "en el más bello recinto de las hermosas riberas del Uruguay".
Colón es una ciudad muy tranquila que conserva aún el ritmo de pueblo, lo cual resulta en elemento ideal para los turistas en busca de un buen descanso. Está unida a la ciudad uruguaya de Paysandú a través de un puente internacional, lo que la convierte en un “lugar de paso obligado” para recibir visitantes. Su cercanía al Parque Nacional El Palmar contribuye a que este tránsito turístico se acentúe, ya que es una de los reservas naturales más importantes del país.
Para empezar el recorrido por estos bellos parajes es recomendable hacer un paseíto por las playas de arenas blancas que bordean el Río Uruguay. Los amantes del sol, el agua y el verde a flor de piel, agradecidos! Eso sí: es importante no olvidar el protector solar y los sombreros. Para acompañar el tiempo en la costa, se puede alquilar un velero y navegar las apacibles aguas del río, mientras se disfruta del aire puro y la vista de las islas San Francisco y Hornos. La máquina de fotos y los binoculares no pueden faltar! Un atardecer en el río es algo imperdible, los colores pasteles que ofrece el cielo entrerriano son siempre bien ponderados.
Siguiendo la estela del río, si el viento está a favor, se puede practicar windsurf; nadar un poquito, hacer remo, o para los más aventureros, unos tropezones y caídas con el esquí acuático nunca vienen nada mal! Los kayak son un paisaje constante en las aguas colonenses, ya que es un deporte muy practicado. Se pueden alquilar en los balnearios y divertirse un buen rato junto a toda la familia.
Una actividad que goza de gran prestigio es la pesca, que también ofrece la posibilidad de alquilar lanchas y guías para surcar las aguas del río en busca de peces.
Otra opción para compartir con los chicos es realizar un safari terrestre en camionetas 4 x 4, preparadas para todo terreno, accediendo a lugares peculiares como La Calera, el Cerro Los Chivos o Pueblo Liebig. Este último fue un frigorífico de estilo inglés de principios de siglo XX y actualmente funciona como centro de ventas de artesanías, tiene una casa de té y se practica la pesca, entre otros atractivos.
Al norte de la ciudad se encuentra el Complejo Termal de Colón, un conocido centro de atracción turística debido a la difusión que las aguas termales tuvieron en los últimos años en el país. Este complejo cuenta con infraestructura preparada para albergar muchos visitantes, y una gran cantidad de piletas de aguas mesotermales con una temperatura que oscila entre los 36 grados, recomendadas en aplicaciones terapéuticas y excelentes para un buen relax.
Una de las principales atracciones es el Parque Nacional El Palmar que está a 43 km de la ciudad. Cuenta con 8500 hectáreas de palmeras Yatay, que se encuentran en conservación en dicho lugar (algunas de las cuales tienen más de 800 años) y posee arroyos de aguas claras, aves multicolores y, como no podía ser de otra manera, vegetación en abundancia. Es un lugar ideal para acampar y para avistar animales que no se ven todos los días, como ñandúes, mulitas, vizcachas, zorrinos, carpinchos, zorros, perdices, lagartos overos e infinidad de aves además de jabalíes y ciervos axis. El parque está surcado por los arroyos Ubacay, Los Loros, El Palmar y El Espino que desembocan en el río Uruguay. Un verdadero encuentro con la naturaleza!
Para aprovechar en familia: a 60 km de Colón, un paseo que además de encontrarse en un hermoso lugar tiene gran valor histórico es el recorrido por el Palacio San José. Fue la residencia de Urquiza en los últimos años de su vida, y ahora es un museo y monumento histórico nacional, con 38 habitaciones decoradas majestuosamente, tres patios con aljibes y la oportunidad de conocer cómo vivían en aquel entonces.
A la hora de comer y dormir, los colonenses cuentan con óptimos servicios de restaurantes, hoteles, bungalows, campings, los cuales conforman un amplia gama de ofertas. Para deleitarse con algún surubí a la pizza o algún otro pescado de río, lugares no faltan! Y para los amantes de la noche, el casino los espera!
En suma, la ciudad de Colón ofrece diversas y especiales alternativas para disfrutar, grandes y chicos, de muchas horas a pura diversión, un merecido descanso, buena comida y bellísimos paisajes litoraleños que invitan a regresar por más y más verde.

Ruinas del Viejo Molino
En el km 142 de la ruta 14, a una corta distancia de Colón, existe un paraje donde la historia y la naturaleza se dan la mano para ofrecer un hermoso y pacífico lugar. Se trata de las ruinas de un antiguo molino hidráulico, cuyos alrededores fueron adaptados como balneario y camping, ofreciendo todos los servicios necesarios. El predio se encuentra copado por frondosas arboledas que hacen las delicias de los visitantes, sobretodo aquellos que buscan una buena sombra para disfrutar los calurosos días. El refrescante arroyo Urquiza ofrece alquiler de hidropedales, una de las actividades preferidas por los más pequeños! Además cuenta con parrillas, fogones, etc. Son 20 hectáreas de parque y parcelas para campamentos y actividades afines y 40 de puro monte entrerriano, con bosques en galería, laberintos naturales, ideales para largas caminatas, safaris fotográficos y turismo aventura. Un lugar para disfrutar a pleno!

Para más info: Secretaría de Turismo de Colón. Tel.: 03447 - 421233 / 421996 http://www.colon.gov.ar/

Memoria

“Nosotros vivíamos en un país llamado Argentina querida, un país hermoso” dijo la Abuela Emilia mientras sonaba su colorada nariz con un pañuelo de seda. “eran tiempos muy felices aquellos: todos los hombres y mujeres y niños del mundo bailaban al ritmo alegre de música de fiesta….pero fue entonces cuando empezó a pasar que la gente se olvidó de…” ZASSS! De repente, un ruido de trueno sacudió el techo de la casita en donde estaban. Delfina saltó del susto y abrazó fuertemente a su abuela. “alguien manda señales de que no debemos hablar más de esto. Fueron épocas de felicidad que ya no van a volver, salvo que alguien se anime a cambiarlo todo. Vení nena, vamos adentro de tu casa o tu mamá se va a poner como loca cuando se de cuenta que estás sola conmigo”. Abuela y nieta salieron entonces por la estrecha puertecita de la casa de muñecas gigante que los papás de Delfina le habían construido tiempo atrás. Ella tenía 10 años ahora y se suponía que ya no debía entrar más a esa casita, su refugio de cuando era más chiquita, y mucho menos hacerlo con su abuelita! “menos mal que sos muy chiquita abu, sino no pasarías por la puerta”, dijo la niña riendo. “Y…es que ya empieza el momento del achicamiento” dijo la abuela, “vas a ver cómo en muy poco tiempo empiezo a ser cada vez más pequeña, tanto que algún día ya no vas a poder verme! Igual que le pasó a tu abuelo Rodolfo”. Delfina alzó su bella carita de pera y, mirando a su abuela con sus enormes ojos negros, le preguntó: ¿el abuelo sabía que eso le iba a pasar? Porque mamá no se cansa de decirme que el abuelito se fue al cielo de los abuelos, donde vive contento jugando a las bolas esas que le gustaban tanto”. “Ahhh, las bochas querés decir nena” respondió Emilia, “bueno, sí, es verdad que está contento, pero no fue así como pasó todo: él no se fue a ningún cielo, sino que hubo una época en que empezó a achicarse cada vez más, igual que lo hacemos todos los abuelos, hasta que ya nadie lo podía ver más…y un buen día desapareció! Nunca más lo volvimos a ver” dijo la abuela suspirando. Delfina no podía disimular su asombro: “¿vos querés decir que el abuelo se perdió? ¿Y por qué no lo buscamos de nuevo entonces? Yo lo extraño mucho, él me leía cuentos todas las noches y, sino sabía que leerme, se los inventaba! Y esos eran mis favoritos. Además fue el único que me llevaba a cocochito, y siempre me dejaba tocar el piano con él, aunque yo no supiera nada”. Emilia la miró tiernamente mientras le acomodaba el cabello detrás de sus orejas y le dijo: “hay una forma de volver a encontrarlo…pero tenés que prometerme que no se lo vas a decir a nadie, ni siquiera a tu mamá, porque ella lo quiere mucho a su papá, y nunca va a entender que él no está en el cielo, sino acá, con nosotros todos los días, solo que está perdido”. “Bueno Abu, decíme ya qué hago! Te prometo que no digo nada a nadie, te lo juro por…por vos!”, dijo Delfina. “Ah bueno, entonces te creo” dijo la abuela sonriendo. Mientras se acercaba al oído de la niña para susurrarle el secreto, un grito desde dentro de la casa las hizo saltar nuevamente del susto, para encontrarse con la mamá de Delfina que venía muy enojada preguntando dónde se habían metido toda la tarde, que habían estado muy preocupados ella y su papá por las dos, que vos mamá sos una inconsciente, con la tormenta que se viene, desaparecer así por tantas horas sabiendo que estás con una nena, etc. Parecía que ambas iban a estar en penitencia por largo tiempo.
Al día siguiente, y con los ánimos más calmados, abuela y nieta se escabulleron nuevamente hacia la parte trasera de la casa, donde la casita las esperaba con su pequeña puerta. Ambas pasaron sin problemas y se sentaron con las piernas cruzadas como indiecitos, mientras comían unas galletas que recién había horneado la mamá de Delfina. Otra vez la abuela Emilia comenzó su relato de cómo “los de antes eran tiempos mejores”; de cómo era posible reencontrarse con aquellos seres queridos que en verdad no se fueron al cielo, sino que eso es lo que nos dicen para que no pensemos que un día, sin querer, por ahí no los vemos y los pisamos. Le explicó a su nieta que tenía que concentrarse mucho, mucho, y tratar de ver como las palabras que ella le decía tenían vida propia. Delfina seguía muy atenta cada palabra que salía de la boca de su abuela, y le parecía formaban una cadena interminable de letras: vocales, consonantes, que una a, una z, una ñ, una o, una b larga, una v corta, y así hasta que aparecían todas. La anciana se alegró tanto de que su nietita tuviera el don de “ver” las palabras, que le confesó que si seguía practicando, en algún momento no muy lejano, iba a estar lista para volver a ver al abuelo como antes. Delfina no podía estar más feliz ¡iba a volver a estar con su abuelito del alma, iba a poder mostrarle a su mamá cómo la abuela tenía razón una vez más!
Varios días de práctica pasaron hasta que finalmente la abuela le dijo a su nieta que el momento había llegado: le tocaba el turno a Delfina de seguir sola. Le explicó cuál era el secreto mayor: ella debía empezar a recordar a su abuelito con “palabras que se vieran”, por ahí esas palabras que decía solo él, o las que ya no escuchaba desde que él se había ido. Luego, tendría que pasar esas palabras, y todas las que recordara sobre él, a un papel o un diario íntimo. Y, por último, tenía que empezar a usar esas mismas palabras, de a una por día, mientras hablaba con sus amigos en la escuela, o en su casa con sus papás, etc. De esa forma, el día que menos lo esperara, su abuelito iba a aparecer para darle ese abrazo que hace tanto esperaba. Y después de eso, la clave para verlo sería siempre el no olvidarlo nunca más y normarlo todo el tiempo.
Esa misma noche Delfina empezó a imaginarse las palabras en su cabeza, luego en su boca y más tarde, estas salieron como un hilo que no se podía cortar! Así continuó por muchos días, y cuando alguien le preguntaba qué estaba haciendo con un hilo de palabras colgando de su boca, ella simplemente contestaba: “estoy recordando palabras que decía mi abuelito, así lo traigo de vuelta a casa”. Muchos se rieron de ella, otros pensaron que estaba loca. La directora del colegio llamó a los papás para decirles lo que pasaba con su niña, pero ellos se negaron a aceptarlo, no le creían. Pero vieron que su hija no paraba de decir palabras: lindas, grandes, coloridas o largas, algunas raras y graciosas también; y si le preguntaban cuando iba a parar, ella solamente decía: “cuando aparezca el abuelo”. Delfina empezó a decirles a sus amigos que hicieran lo mismo con sus abuelos, o con quienes hacía mucho tiempo que no veían. Al cabo de unas semanas, una gran cantidad de chicos andaban repitiendo palabras de amor, de alegría, de esperanza. El clima era muy alegre, todos estaban diciendo cosas lindas y cariñosas, y esto se fue pasando de boca en boca, hasta que llegó a los diarios y las radios. Tal alcance tuvo que la gente empezó a usar estas palabras en todos lados; en la tele salían personas que en diferentes idiomas decían palabras de amistad, de fraternidad, palabras que abrazaban, que unían a todas las razas y a todos los pueblos del mundo.
Muchos de los abuelitos finalmente regresaron con sus familias a contarles cuentos a sus nietos; algunos a compartir un lindo rato con su familia; otros nunca volvieron.
Delfina aprendió que hay que desear con muchas fuerzas, con todo el corazón, para que un sueño se vuelva realidad. Y sobretodo, aprendió a tener la valentía de decir lo que sentía, sin que importe lo que los otros digan, porque, quien sabe, quizás algún día hasta nuestros abuelos aparezcan.
Mac.