martes, febrero 23, 2010

Biblioteca Billiken


No recuerdo qué estaba haciendo anoche exactamente; sólo sé que en un momento mis ojos lo descubrieron, tímido, asomando su desgastado lomo, casi como si no quisiera ser visto. De repente sentí una inexplicable atracción y lo agarré. Se notaba que era una edición vieja; estaba unido con cinta scotch y la tapa estaba gastada, aunque no tanto como para no poder leer su título: “La Isla Misteriosa”, de Julio Verne. Ahí nomás sentí que todas mis lecturas de infancia se hacían presentes en mi cuarto, y me rodeaban de aventuras, romances, magia. Recordé la fascinación que me causaban esas historias cuando daba mis primeros pasos en el mundo de la literatura: mis comienzos se vieron acompañados, como el de tantos otros lectores, por la ficción de Emilio Salgari, Stevenson y, por supuesto, Verne. 


Tomé el libro y comencé a hojearlo. Hace poco tiempo que lo tenía en mi biblioteca; llegó como herencia de mi abuela y ni siquiera recordaba haberlo visto. El olor a humedad era abrumador, lo cual me entusiasmó más. Las páginas amarillentas me invitaban a devorarlas con la vista. Pensé que era muy afortunado ese encuentro, ya que hace rato quería disfrutar de una lectura amena y entretenida, como seguramente sería este libro. De pequeña había recorrido “20 mil leguas de viaje submarino” junto al Capitán Nemo, y me había aventurado en sitios remotos junto a “Los hijos del Capitán Grant. ¡Pero nunca había terminado la trilogía! Y ahí lo tenía: el tercer libro, el cierre de ese viaje cargado de aventuras. Llegó unos cuántos años más tarde, unos 20 más o menos, pero llegó al fin.
Dejé lo que fuera que estaba haciendo y me dediqué a sumergirme en la presentación de los personajes, en el devenir secreto del relato, en la maravilla de la ficción. Dediqué algunas horas de la noche y un rato más en la mañana para terminar de deleitarme. Algo muy agradable me pasó: volví a sentirme feliz y ansiosa como cuando era chica y leía estas novelas. Reviví aquellas tardes calurosas en Corrientes, mientras todos dormían la siesta "obligatoria" y yo me escapaba hasta el living, donde me sentaba en la mecedora, abría un libro y me transportaba a otro mundo. O cuando ya era muy tarde a la noche y los ojos no resistían unas líneas más, pero era tanta la curiosidad por saber qué le ocurriría a los protagonistas o cómo sería el desenlace de ese capítulo que continuaba leyendo, aunque fuera a escondidas de mi mamá que me pedía una y mil veces que apagara la luz y me durmiera de una vez. 
Estas cosas pasan por algo, creo. Este libro me llamó y celebro el reencuentro.

5 comentarios:

R Raggio dijo...

No me acuerdo si fue en 8º o 9º (en Prov. está el famoso EGB) cuando una profesora de Lengua nos llevaba a la biblioteca de la escuela. Era, después de la Biblioteca Popular, la más importante-grande. Teníamos una hora para leer, títulos libres. La cosa es que empecé y nunca terminé 20 mil. de Verne, como tampoco nunca leí nada de él. Tengo una lista de literatura "clásica" a comprar cuando pase por Parque Rivadavia.

Fernandoc dijo...

Uy, que lindo lo que contás. Yo leí varios de esos libritos de contratapa roja. Y algunos más viejos: los de la Colección Robin Hood, varios de ellos heredados de mis viejos, otros comprados. Recuerdo que los devoraba: Bomba, Robin Hood, los Caballeros de la Mesa Redonda... el infaltable Sandokan. A Verne llegué un poco más tarde, a través de la colección "Mis libros": ahí leí La vuelta al mundo en 80 días, Cinco semanas en globo y varios otros. Días de niñez y aventura, maravillosos. Besos

mac dijo...

Fer, te cuento que tengo mi colección de Robin Hood. Los adoraba y los adoro! Junto con los de Billiken, son mi tesoro. Sandokan, Los tigres de la malasia, infaltable lectura de mis días de niña. Qué buenos recuerdos!

Douglas Sirk dijo...

Si, yo tengo un par por ahí de los años '80, de lo poco que debo haber leído de chico.
Gracias por el comentario, hacía dos meses no me metía en el blog, lo tengo tirado por ahí.

Paco dijo...

Genial texto y genial el poder compartir es olor a humedad de los libros. Qué lindo que ahora, además de la aventura, un libro nos pueda llevar a la infancia.